Jaime se paró en el tee de salida.
El sol brillaba sobre el campo.
Los pajaritos cantaban.
Pero dentro de él había un ruido fuerte:
pum-pum, pum-pum, pum-pum.
Su corazón golpeaba como un tambor nervioso.
—¡Ay no! —pensó Jaime—.
¿Y si me sale mal otra vez?
¿Y si pego ese shank horrible que todavía recuerdo?
De pronto, cada error pasado se le aparecía como un fantasma.
Sus manos sudaban.
El palo parecía más pesado que nunca.
En ese momento apareció Capi.
Llevaba su gorrita verde.
Y caminaba tranquilo, como si nada pudiera asustarlo.
—Jaime —dijo con voz calmada—, ¿sabes qué le pasa a tu corazón?
Está corriendo demasiado, como si quisiera ganar una carrera.
Pero te voy a contar un secreto de la naturaleza.
Jaime lo miró curioso.
Todavía nervioso, pero atento.
—Se llama homeostasis —explicó Capi.
Es cuando el cuerpo encuentra la calma por sí mismo.
—Mira: si yo corro buscando una pelota, mi corazón late rápido.
Pero después respiro… descanso…
y ¡pum! mi cuerpo se equilibra de nuevo.
Jaime abrió los ojos grandes.
—¿Entonces yo también puedo calmarme?
—¡Claro que sí! —respondió Capi moviendo sus bigotes.
Solo tienes que respirar.
Confiar en ti mismo.
Y jugar este momento.
—No el golpe pasado.
No el que viene.
¡Solo este!
Cada swing es una aventura nueva.
¡Como abrir un tesoro escondido!
Jaime sonrió.
Cerró los ojos.
Respiró hondo.
El aire entró y salió como una ola.
El tambor en su pecho empezó a sonar más despacio:
pum… pum… pum…
Cuando abrió los ojos, la bola blanca lo esperaba.
Hizo su swing y ¡zas!
La bola salió volando recta.
Brillando bajo el sol como un cohete.
—¡Lo logré, Capi! —gritó Jaime.
—Eso es, Jaime —dijo Capi guiñándole un ojo—.
Golpe a golpe.
Con calma y gratitud.
Así se juega de verdad.