Capi - Santa Maria Golf Club

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True Story

En Santa María vivía un residente que durante años se había negado a tener otro perro. Había enterrado a muchos de sus fieles compañeros y había jurado no volver a pasar por ese dolor. Sus hijos insistían, su esposa lo pedía con ternura, pero él se mantenía firme… hasta la última Navidad. Ese día, conmovido por el espíritu familiar, decidió traer a casa a un cachorro marrón de mirada tímida y pelaje brillante. Lo llamaron Bronny, y de inmediato se convirtió en el consentido de la casa. Aun así, el dueño lo miraba con miedo. Se había prometido no encariñarse, pues sabía que el precio del amor a un animal era el vacío cuando ya no estaba. Por eso había pasado tantos años sin mascotas, protegiéndose de ese sentimiento. Sin embargo, cada día le resultaba más difícil resistirse al cariño inocente de Bronny.

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Un día, tratando de estrechar lazos, lo llevó a pasear por el campo de golf. Se dirigieron al área norte, donde las máquinas aún trabajaban y la tierra removida formaba montículos, tubos expuestos y parches de arena movediza por las lluvias de agosto. Bronny, curioso como todo cachorro, se escapó. El dueño lo perdió de vista entre la hierba alta y la construcción.

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Las horas pasaron, el sol cayó y la angustia creció. La comunidad entera se movilizó: grupos de WhatsApp se encendieron, vecinos salieron en carros con luces, otros peinaron el área a pie. Pero Bronny no aparecía. Mientras buscaba sin descanso, el dueño no podía apartar de su mente la razón por la que había evitado tener perros durante tanto tiempo: ese dolor insoportable que queda cuando se van. Pero al ver los ojos de sus hijos, llenos de miedo y tristeza, se sintió más determinado que nunca. No permitiría que ellos cargaran con esa pérdida. Si era necesario quedarse toda la noche buscándolo, lo haría.

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Ya cuando se apagaban las últimas horas de luz, un ayudante con camisa rosa divisó a Bronny. Estaba pegado al muro que colindaba con el río Juan Díaz, temblando, cubierto de tierra húmeda. El hombre trató de acercarse, pero al correr quedó atascado en el lodo, y el cachorro, asustado, se escondió otra vez. La tensión se palpaba. El dueño, triste y apenado, se reprochaba haber fallado. Sin embargo, no estaba dispuesto a rendirse. Desesperado, buscó ayuda en ChatGPT, describió la situación y recibió una idea que le resonó: distribuir pertenencias con olor familiar en distintos puntos del área. A las 10 de la noche, cuando la mayoría ya había abandonado la búsqueda, él y su esposa recogieron ropa y juguetes de la familia y los colocaron en sitios estratégicos. Al llegar al puente que cruzaba al área norte, bajó del carro y dejó una de las prendas en el suelo. En ese instante, como llamado por la esencia de su hogar, apareció Bronny: lleno de tierra, mojado por la lluvia, pero completamente ileso. Movía la cola con fuerza, como si nunca se hubiera perdido. La barriada entera celebró. Hubo abrazos, sonrisas y mensajes de alivio.

La historia de Bronny nos recuerda que la verdadera fortaleza de una comunidad surge cuando todos se unen por una causa común. Aquella noche, vecinos y amigos dejaron a un lado sus rutinas y se entregaron a la búsqueda porque, en el fondo, todos conocían el dolor de perder a alguien querido. Para el dueño, fue también una lección: entender que el amor, aunque traiga consigo el miedo a la pérdida, merece vivirse plenamente.

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